Manzana in corpore sano (*)
- El Pejerrey I
- 28 feb 2019
- 1 Min. de lectura
(Para P.B., siempre) Cruje en la boca cuando uno la muerde, como si quisiera ponerle su propia música de vegetal con aires de madera a nuestra fiesta.

Como si nos recordara con ese sonido sordo y delicioso que acompaña la irrupción en la boca de su jugo dulzón, que ella es la reina de todos los relatos.
La que nos hizo echar del praíso y cobijó el veneno de la ingenua Blancanieves. La que ofició de premio entre las caprichosas diosas del Olimpo y alumbró en las Hespérides los jugos de las ninfas. La que dictó a Isaac Newton la fórmula fatal de todo lo que cae y tentó a Guillermo Tell y a William Burroughs con su suerte tan diversa. La que, devenida ícono, gira impasible en cada disco de los Beatles y pavonea su perfil mordido en los sensuales objetos de Steve Jobs.
Es la manzana, claro. Con sus hombros redondeados y su mantilla roja, verde o amarilla, latiendo como un corazón en plural desde el cajón de la verdulería. Prometiéndonos su sostenida y amable algarabía portátil y lustrosa de habitantes de mochilas, o de paciente inquilina del rincón de la heladera, desde donde bien puede ofrecer su unipersonal de sobremesa, o convertirse en imbatible centro de una tarta o en tibia caravana de compotas.
(*) Tomado del poeta, crítico cultural y académico de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Saavedra.
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