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La ácida lluvia bienhechora

El académico, poeta y crítico cultural, Guillermo Saavedra, nos deleita con otro de sus escritos, los que suele publicar en las redes sociales.


(Con la dulce esperanza de que FerChi no salga corriendo)

Desde el cajón de la heladera asoma su hicico de conejo, ese pezón resplandeciente que corona su cáscara solar, porosa y gruesa. Antes de que la mano oficiosa lo capture, el olfato ya empieza a recibir la extática telegrafía sin hilos del perfume que él emite como una serenata al paladar del mundo.

Y entonces el olor no alcanza: la mano lo parte en dos hemisferios para enamorarse de la pulposa rueda de sus gajos, mientras la boca agradece la eléctrica caricia que, ahora desatada, empieza a hacer bailar toda la lengua.

Cuando él sale a rodar por la mesada, la cocina se vuelve escenario de mil posibles aventuras. Allí donde haga falta, el limón ofrecera su aguda lluvia de acidez bienhechora: anaranjando el té con su fulgor de plata verdecida, vivificando la nostalgia de mar de los mariscos, entregando en laminillas su cáscara encendida para contrabandear una sonrisa en la profundidad de una torta, o transformándose el mismo en coprotagonista de esa mancomunión de lo agridulce llamada lemmon pie.

Aún verde, sosteniendo el peso de la paloma blanca, a punto ambos de hacerse canción, él sueña el momento perfecto en que será limonada.

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