La uva, una fruta plural (*)
- El Pejerrey I
- 21 feb 2019
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Considerada individualmente, exiliada de su clan, antes de comerla y aun sin tocarla, la uva semeja una aceituna veraniega y festiva, incluso sexy, dejando casi adivinar, bajo su tersa piel de pecera mínima y traslúcida, su suave promesa de pulpa y de semillas.

Pero la uva siempre llega a nosotros en el cardumen prodigioso del racimo, esa amable patota vegetal que pende orgullosa, como jugando a ser los dulces genitales de la vid, y lleva sobre sí un prestigio: la sigilosa paciencia del vino.
Como la musculosa aceituna, la coqueta cereza y el taciturno maní, es imposible comerla de a una. Su propia condición discreta invita a la adicción, al goce serial, a la repetición prudente o compulsiva. Es una golosina que no llega del kiosco sino de la contorsionada arquitectura de la cepa. Su forma de la sensualidad es deliciosamente íntima: cabe entera en la boca, donde el diente le asesta su inquietud para hacerla estallar, dispersando en la lengua su tesoro breve, cuyo disfrute consiste casi totalmente en la promesa de comernos otra.
Quien se entrega a comerla dispara una escansión que resuena en su boca como si cantase, parafraseando a Miss Gertrude Stein,: “Una uva es otra uva es otra uva es otra uva es otra uva es otra uva…”.
(*) Un texto tomado del FB del poeta, crítico cultural y académico de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Saavedra.
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