La dulce ambigüedad de la ciruela
- El Pejerrey I
- 27 may 2019
- 2 Min. de lectura
Un nuevo texto del poeta y crítico cultural Guillermo Saavedra, tomado por El Pejerrey Empedernido de su cuenta de Facebook.

En cierta forma, ella es una uva que ha sabido crecer y apartarse de su destino de racimo. En ese trayecto que la hizo autónoma y un tanto más silvestre, se alumbró hasta distinguirse de las tribales madrecitas del vino. Como en el exterior de la uva, su piel tiene la misma dulce suavidad de un recién nacido, pero su color se ha vuelto una oda a la ambigüedad, una provocación a la pintura: ¿es acaso un crepúsculo que se va enfurruñando hacia una noche cerrada? ¿es un azul retinto con algo de nostalgia de su frustrado destino de cabernet? ¿es una calada esfera donde el violeta encontró su provisorio albergue en el camino de ida y vuelta entre el azul y el rojo?
De su virada condición de uva, conserva el don de la amorosa duplicidad: al hincarle los dientes, su piel estalla en nuestra boca, iniciando un intercambio que tiene algo de sexual: lo penetrado responde, introduciéndonos su carnosa consistencia irrigada de fluidos. Y en su interior -donde lo dulce dirime diferencias con una acidez que no hace más que iluminarlo- no hay pequeñas semillas entorpeciendo el delicioso deshacerse en hilachas de sí misma, el dulzor ganando la batalla en el campo minado de papilas. Todo es morderla y sorber ese interior que tanto puede ser rosado o amarillo hasta alcanzar la impermeable terquedad de un carozo al que un último filamento se empecina en aferrarse a esa doble convexidad por su borde afilado, como el ribete de un almohadoncito ínfimo y pétreo, o la cresta de un prqueño animal prehistórico. En ese tironeo, todo es feliz agonía del encuentro amoroso, donde la resistencia final de la fruta no hace más que prolongar el goce. Bien pensado, la condición de la ciruela, cuyo nombre huele a diminutivo, a cavilosa alegría circular, a calesita y canción de remotos juegos infantiles donde aparecía para rimar en el ritual de un "pisa pisuela", parece estar a medio camino de la uva gregaria y el tomate, ese exiliado del reino de las frutas que canta en las ensaladas y se pavonea en las salsas.
Un poeta soño alguna vez esta fábula incomprobable: "Un tomate cruza el río en una noche sin luna. Se convierte en ciruela".










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