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Che… Emma Bovary, no te hagás la azufaifa, y sentate que ya están las entrañas

Un diccionario muy particular y, ya llegaron los tiempos para el placer el de comer en las terrazas, los patios, los jardines, los fonditos, los balcones, a veces por el día, otra bajo las estrellas.



Por Víctor Ego Ducrot / La culpa la tuvo Descartes, para quien el sentido común viene a ser algo así como la mayor de todas las insensateces. Con ustedes el Diccionario de Lugares Comunes (Leviatán, Buenos Aires, 1991), del autor de Madame Bovary e inventor de la novela moderna.


Ajo: mata las lombrices intestinales y predispone a las luchas amorosas.


Ajenjo: Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos. Mató más soldados que los beduinos.


Alimento: Siempre sano y abundante en los colegios.


Almuerzo (de solteros): Requiere ostras, vino blanco y cuentos verdes.


Café: Aguza el ingenio (…). En una cena de gala se debe tomar de pie. Degustarlo sin azúcar, muy elegante, produce la impresión de que se ha vivido en Oriente.


Cangrejo: Camina hacia atrás. A los reaccionarios siempre hay que llamarlos cangrejos.


Carniceros: Son terribles en tiempos de revolución.


Cerveza: No hay que beberla porque acatarra.


Cólera (el): El melón provoca el cólera. Uno se cura tomando mucho té con ron.


Damascos: No los tendremos tampoco este año.


Restaurante: Uno debe pedir siempre las comidas que habitualmente no se prueban en casa. Cuando no se sabe que elegir, basta con pedir los platos que se sirven a los vecinos (los de la mesa de al lado).


Y podríamos seguir, pero para muestra sobra un flan (en Francia lo comen sin dulce de leche. ¡Increíble pero verdad!). Flaubert comenzó a escribir su diccionario en 1847, cuando hacía rato que la francesa había dejado de ser Revolución.


La azufaifa en un fruto carnoso y de color rojizo (también las hay negras), originario de Asia y de la Europa mediterránea. Es dulce y ácido. Logra mermeladas de curioso sabor. Los chinos preparan el pollo con una salsa que las incluye: cocinarlo en una olla, con agua, azufaifas de los dos colores (si las encuentra, claro), jengibre, pimienta y un chorro de vino seco.


Mientras espera a sus invitados lea unas páginas de Madame Bovary: “los regalos fueron únicamente productos de su establecimiento, a saber: seis botes de azufaifas, un bocal entero de sémola árabe, tres colodras de melcocha, y, además, seis barras de azúcar cande que había encontrado en una alacena. La noche de la ceremonia hubo una gran cena; allí estaba el cura (…). El señor León cantó una barcarola, y la abuela, que era la madrina, una romanza del tiempo del Imperio; por fin el abuelo exigió que trajesen a la niña, y se puso a bautizarla con una copa de champán sobre la cabeza (…).


Si los invitados se demoran, respire profundo y goce.


“Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje (…). Porque labios libertinos o venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados que ocultan afectos mediocres (…)”.


Para el final, porque sí, y de un diccionario que no existe.


Terraza: Cuando mi mujer no está, todas las mañana tengo que regar las plantas. Para comer una entraña asada bien jugosa primero hay que saber sufrir y pagar el precio al que se vende en cualquier carnicería. Sorteado el inconveniente, masajearla del lado no cuero con sal gruesa y mucha pimienta negra. Que la parrilla, con unos cuantos leños hechos brasas esté el rojo vive. Y allí disponerlas, casi, si hasta les digo, como un vuelta y vuelta, aunque eso sí, primero del lado cuerudo un par de minutos de más. Ensalada de tomates bien rojos, sal, pimienta, aceite de oliva y hojas de albahaca recién recortada; en mi caso de un macetón, que para algo más sirven las terrazas. También para leer a Flaubert, al sol o al fresco umbrío.

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